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    La promesa (1996), de Luc y Jean-Pierre Dardenne


    http://poec.mcgill.ca/slideshow_images/dardenne-la_promesse.jpg
    (La promesse, 1996, 90 min., Bélgica)
    DIRECTOR  Jean-Pierre Dardenne , Luc Dardenne
    GUIÓN  Jean-Pierre Dardenne & Luc Dardenne
    MÚSICA  Jean-Marie Billy & Denis M'Punga
    FOTOGRAFÍA  Alain Marcoen
    REPARTO  Olivier Gourmet, Assita Ouédraogo, Jérémie Rénier, Frederic Bodson, Rasmane Oedraogo, Florian Delain, Hachemi Haddad, Alain Holtgen, Sophie Leboutte
    PRODUCTORA  Coproducción Bélgica-Francia; Les Films du Fleuve / Touza Productions / Samsa Films / Touza Films / RTFB / Canal + Francia
    Valoración: 8

    La historia de La promesa gira alrededor de Igor, un chico de quince años, y su padre, a quien llama por su nombre, Roger. Bajo una atmósfera suburbana y marginal situada en Bélgica, llevan adelante en conjunto una actividad relacionada con la estafa a inmigrantes ilegales, a quienes les ofrecen alojamiento y protección a cambio de que trabajen para ellos. Pero este negocio turbio sufre de un imprevisto cuando un obrero africano cae de un andamio y utiliza su último aliento para hacerle prometer a Igor que cuide de su mujer y su hijo, quienes se encuentran junto a él viviendo bajo las condiciones impuestas por Roger.
    Los hermanos Dardenne esgrimen hábilmente la denuncia sutil. La discriminación, los prejuicios sociales hacia los inmigrantes y la brecha cultural entre belgas y extranjeros son temas que tratan con nitidez, pero sin excesos. A veces un plano o una línea de diálogo les alcanzan para expresarlos.
    Los actores, no profesionales, consiguen transmitir en cada mirada el resentimiento, la sensibilidad y el amor de los que son capaces. Sus tipos humanos son reconocibles y, de por sí, ya nos dicen mucho sobre sus respectivas personalidades. Sin embargo, nadie en el mundo de La promesa es transparente. Ni ese padre detestable que no obstante llega a conmover, ni ese adolescente que provoca cierto malestar con sus manías de voyeur, sus pequeñas deslealtades y hurtos. Los directores no juzgan a nadie. Dejan ser a los personajes. Y por supuesto, los comprenden. [Fuente: Eugenia Guevara, cineismo.com]